Si siento que las calles lucen tristes, no es la calle, son mis ojos.
Y lo que hace que se vean alegres son las formas multicolores que conozco bien desde la infancia, pero ahora hacen que mis ojos sonrían: cuando descubro piñatas entre el tráfico, globos entre el frío y algodones entre la gente, y que brillan aún entre esa gente malhumorada a la que no le importa pasar de prisa y golpearte un hombro.
Ante el desfile de formas y colores no sé si sea cierto, pero siento que mis ojos sonríen.